miércoles, 21 de enero de 2015

El último de los grandes filósofos racionalistas: G. W. Leibniz

Como Descartes, G. W. Leibniz (1646-1716) fue uno de los más destacados filósofos racionalistas; además de jurista, matemático y diplomático. Nacido al final de las guerras de religión que asolaron Alemania, pretendió unificar más tarde las iglesias católica y protestante en torno a una teología común. Trabajó al servicio de varios príncipes alemanes y alcanzó puestos diplomáticos en Francia y Londres en la década de 1670. Esto le ayudaría a moverse por las redes intelectuales europeas, conociendo todos los círculos importantes de científicos y filósofos. Los inicios de su formación, en la universidad de Leipzig, fueron escolásticos (en torno a la obra de los españoles Suárez y Molina), pero sus contactos con los círculos anticartesianos en París, y con la obra de Spinoza, en Holanda, le permitieron formar sus propias ideas.

martes, 20 de enero de 2015

El racionalismo de Baruch Spinoza

 Baruch Spinoza (Ámsterdam, 1632 - La Haya, 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz.
Partiendo de la innegable influencia de Descartes, creó un sistema muy original, con mezcla de elementos propiamente judíos, escolásticos y estoicos. En lo que se refiere a Descartes, éste había considerado la existencia de tres sustancias: el pensamiento, la extensión y Dios. Spinoza reduce estas tres sustancias a una sola: sustancia divina infinita, que según la perspectiva que se adopte, se identifica bien con Dios o bien con la Naturaleza (ambos términos llegan a ser equivalentes para él, según su célebre expresión Deus sive Natura).
Para Spinoza, la sustancia es la realidad, que es causa de sí misma y a la vez de todas las cosas; que existe por sí misma y es productora de toda la realidad; por tanto, la naturaleza es equivalente a Dios. Dios y el mundo, su producción, son entonces idénticos. Todos los objetos físicos son los «modos» de Dios contenidos en el atributo «extensión». Del mismo modo, todas las ideas son los «modos» de Dios contenidas en el atributo «pensamiento». Las cosas o modos son naturaleza naturada, mientras que la única substancia o Dios es naturaleza naturante. Las cosas o «modos» son finitas, mientras que Dios es de naturaleza infinita y existencia necesaria y eterna. (Fuente: wikipedia)

viernes, 2 de enero de 2015

Los huesos de Descartes

Russell Shorto, Los huesos de Descartes, Duomo Ediciones, Barcelona, 2009. Traducción de Claudia Conde.
En este libro podemos encontrar una visión interesante del debate entre ciencia y religión que atravesaba el pensamiento del siglo XVII. Y lo hace a través de una investigación detectivesca sobre las peripecias que sufrió el cráneo de Descartes, que fue separado del resto del cuerpo tras su entierro, y que circuló como reliquia de una mano a otra por Europa.
Aunque el cartesianismo tuvo entre sus seguidores a destacados jesuitas y oratorianos, y el propio Descartes no veía incompatibilidad ninguna entre su ciencia y su fe, la reacción contra su teoría fue creciente desde 1642, cuando en Utrecht se prohibió formalmente su filosofía. El mecanicismo de su física y el dualismo cartesiano alma/cuerpo eran, al parecer, los grandes problemas, especialmente respecto al problema de la transustanciación de la eucaristía, en el que se habían enfrentado católicos y protestantes. Otros veían como una manifestación de ateísmo el modelo mecánico con el que se empezaba a estudiar el cuerpo humano. Como recuerda Shorto, en la medicina de la época, en la que se podía usar la astrología como parte del arsenal diagnóstico, y se aplicaban sistemáticamente las sangrías, "se creía que las medicinas sólo eran eficaces si se administraban con una oración, para liberar su poder benéfico" (28).

Discurso del Método, 3ª parte.

    Al final de la segunda parte del Discurso del Método, Descartes había anunciado que iba a tomar un tiempo para poder ejercitar su método en cuestiones que fueran más allá de las matemáticas, en las que había venido ejercitándose. Pero en la tercera parte, el filósofo francés señala que no podía, entre tanto, permanecer irresoluto en sus acciones, y debía adoptar una moral provisional, consistente también en unas pocas máximas (en las que aparece un claro trasfondo estoico):

- La primera era la de "seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando con firme constancia la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyera desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir". Reconoce, no obstante, que en otras culturas puede haber personas tan sensatas como entre la nuestra, pero "que lo más útil era acomodarse a aquellos con quienes tendría que vivir". Recomendaba, además, fijarse más en lo que los hombres hacen que en lo que dicen, pues nuestros actos y los motivos confesados de éstos no siempre son claros, especialmente dada "la corrupción de nuestras costumbres".
 - La segunda máxima era la de "ser en mis acciones lo más resuelto y firme que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas". Señala Descartes que las acciones de la vida no admiten muchas veces demora, y "si no está en nuestro poder discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más probables".
 - La tercera máxima consistiría en "vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible".

    Concluye con la decisión de aplicar su vida a la que considera la mejor ocupación, el cultivo de la razón, y el conocimiento de la verdad (según el método que había prescrito). Estas máximas, junto a "las verdades de la fe", son excluidas de las opiniones aprendidas, de las que se desharía progresivamente tras el examen crítico de la razón.
    Transcurridos nueve años, y tras viajes y nuevas experiencias, Descartes se propuso comenzar a "buscar los cimientos de una filosofía más cierta que la vulgar". Para ello, anuncia su retiro a Holanda, en cuya tranquilidad política y social, buscó "vivir tan solitario y retirado como en el más lejano desierto".

Cuestiones:
- ¿Por qué se plantea Descartes la necesidad de adoptar una moral provisional?
¿Cómo formularías brevemente las tres máximas de la moral cartesiana?

jueves, 1 de enero de 2015

Discurso del Método, Primera Parte

Discurso del Método. (Pincha sobre el título para leerlo)

    Es famoso el comienzo del Discurso del Método: "El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo". El buen sentido o razón es igual en todos los hombres, pero las diferencias de opiniones que presentamos proceden del modo y hacia donde dirigimos nuestros pensamientos. Y Descartes señala algo que repetirá a lo largo de su Discurso, la necesidad de caminar con prudencia y por el camino correcto, sin apartarnos de él, algo que Descartes afirma que ha hecho desde joven, lo que le ha permitido formarse un "método" que se ha mostrado útil para aumentar gradualmente su conocimiento. 
    Pero Descartes confiesa que siempre procura inclinarse "del lado de la desconfianza mejor que del de la presunción", y por ello, se propone dar a conocer "los caminos" que ha seguido para recoger así los juicios y opiniones emitidas por otros, como embargaron tantas dudas y errores que sólo parecía descubrir cada vez más su ignorancia. Estimó los conocimientos de su escuela (las lenguas, la lectura, la elocuencia, la poesía, las matemáticas, la teología, la medicina...). Pero más tarde consideró que el saber sobre las costumbres de otros pueblos, para juzgar las del propio con mejor acierto, era tan útil como la lectura y la historia del pasado. Gustaba, sobre todo -confiesa Descartes- de las matemáticas, "por la certeza y evidencia que poseen sus razones; pero aún no advertía cuál era su verdadero uso".
    En lo que toca a "las malas doctrinas", concluye Descartes, "pensaba que ya conocía bastante bien su valor, para no dejarme burlar ni por las promesas de un alquimista, ni por las predicciones de un astrólogo, ni por los engaños de un mago, ni por los artificios o presunción de los que profesan saber más de lo que saben". 
    Descartes también critica a los hombres de letras que "encerrados en su despacho", hacen especulaciones "que no producen efecto alguno y que no tienen para él otras consecuencias, sino que acaso sean tanto mayor motivo para envanecerle cuanto más se aparten del sentido común". Descartes rechaza la especulación estéril y defiende reflexionar "sobre las cosas que se presentaban que pudiera sacar algún provecho de ellas", hallando "mucha más verdad en los razonamientos que cada uno hace acerca de los asuntos que le atañen". 
    Los viajes, además, le enseñaron a "no creer con demasiada firmeza en lo que sólo el ejemplo y la costumbre me habían persuadido", poniéndolo en la vía de, con la experiencia adquirida y el estudio de sí mismo, elegir el camino que había de seguir.